martes, 23 de agosto de 2011

NI CON MENTIRAS, NI CON ASTUCIAS, SANTOS ENGAÑARA A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA



El gobierno de Santos ha duplicado sus esfuerzos en hacer creer al país que su Nueva Ley de Educación Superior (reforma a la Ley 30) será la solución definitiva a los problemas de las universidades, fruto de ello han sido los recientes anuncios ante los medios de comunicación:

1. La supuesta retirada del “ánimo de lucro” de la nueva ley de educación superior, que aunque fuere cierto no implica que no se avance en el marchitamiento, privatización y mercantilización de la universidad colombiana; el “ánimo de lucro” es uno de los muchos medios para llegar a la meta anhelada por Santos, entregar la educación al sector financiero, recordemos que en países como Chile y Corea del Sur, incluso en Colombia, está prohibido el ánimo de lucro pero solo en el papel, las multinacionales de la educación hacen mil maromas para sacar jugosas ganancias en cada uno de sus negocios, una prueba de ello es que la Whitney International University System (WIUS), multinacional del sector educativo, ya tiene su propia franquicia en el país desde el año 2006, la Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano (IUPG) de Bogotá, esta franquicia reporta impresionantes rendimientos financieros según una investigación realizada por el Profesor Francisco Piedrahíta, Rector de la Universidad ICESI. La reforma a la Ley 30 continua por el oscuro camino de la privatización.

2. Se pondrá en marcha una ampliación de créditos y “becas”(un total de 1.2 billones de pesos) mediante el ICETEX a miles de estudiantes universitarios colombianos, con el ánimo de vincular a miles de familias al sistema financiero, dineros que bien podrían servir para cubrir en gran medida la enorme deuda del gobierno (700 mil millones de pesos según los propios rectores) con las universidades; La mayoría de estos dineros terminaran en manos de las universidades privadas mientras que las universidades públicas seguirán en crisis.

Es un intento más por evitar lo inevitable, millones de jóvenes, acompañados de sus familias, saldrán a las calles a defender la educación como un derecho.

No es la primera vez que el gobierno intenta confundir a la opinión pública, ya lo había hecho anunciando a los cuatro vientos que su propuesta de reforma a las universidades tenía el visto bueno de los rectores, anuncio que fue desmentido por ellos mismos en distintos comunicados de prensa; es tan perversa esta nueva ley de educación superior que los mismos rectores se siguen oponiendo, en cierta medida, a su aplicación.

Santos es peor que Uribe en educación superior, el alumno ha superado al maestro en materia de privatización, neoliberalismo y mercantilización de las universidades colombianas, la Nueva Ley de Educación Superior pretende dar vía libre a las grandes universidades multinacionales y a las “universidades corporativas”, verdaderos mercaderes de la educación que se enriquecen a diario a costa de millones de familias en el mundo entero, garantizando sus ganancias y privilegios, todo en el marco del TLC con los Estados Unidos; nos quieren vender un viejo y peligroso remedio que en otros países ya no traga nadie: una fuerte dosis de inversión extranjera como solución a todos los males, eliminando la educación como un derecho, transformándola en una mercancía.

Convertir la educación en una mercancía es el propósito final del gobierno de la Unidad Nacional, y como cualquier mercancía, la educación de calidad estará reservada para quienes tengan como pagarla, mientras que la educación pobre y mediocre será la única opción para las grandes mayorías.

La movilización ha sido el camino que han elegido los pueblos de muchos países cuando sus gobiernos intentan profundizar políticas privatizadoras y neoliberales, hoy los estudiantes Chilenos dan el ejemplo al mundo con un movimiento portentoso, organizado, civilista, que involucra a millones en las calles y que unificado bajo una sola bandera exige la terminación inmediata de la intermediación financiera privada en las universidades (que lleva años establecida) y una adecuada financiación pública a las universidades, ahora es el turno de los colombianos.

Preparemos nuestras fuerzas y concentremos todos los esfuerzos en derrotar la Nueva Ley de Educación Superior, este llamado es la bienvenida que la Organización Colombiana de Estudiantes -OCE- les da este nuevo semestre.

¡Con Santos y su Nueva Ley de Educación Superior todos los caminos llevan a la mercantilización y la privatización!

¡Por una Educación Pública de Calidad, Científica, Gratuita y al Servicio del Pueblo Colombiano!

Escríbenos a: ocebuga@gmail.com

www.OCEcolombia.com

sábado, 13 de agosto de 2011

LA PEOR REFORMA PARA UN PROBLERMA URGENTE


La reforma a la ley 30 pretende aumentar la cobertura, mejorar la calidad, impulsar la innovación y asegurar la equidad invirtiendo 2.4 billones en los próximos 3 años, de los cuales un poco menos de la mitad –1.21 billones– sería responsabilidad del estado y el resto correspondería a la iniciativa privada. ¿Cuáles el incentivo para que la inversión privada descienda, de repente y en tal cantidad, sobre la educación superior? Simple: la apertura del sector a la inversión privada con ánimo de lucro. La motivación no puede ser mejor intencionada: si las universidades públicas y privadas sin ánimo de lucro no han absorbido a los centenares de jóvenes que todos los años se gradúan de secundaria, ¿por qué no dejar a empresarios audaces la tarea que ni el estado ni las universidades privadas tradicionales han podido realizar? La motivación se hace todavía más irresistible si tenemos en cuenta que los más pobres y los peor educados son los que, o no acceden a la educación superior, o si lo hacen no logran graduarse. Imposible encontrar mejor motivación para una política educativa. Pero lo que no dicen ni los documentos del Ministerio de Educación, ni los diseñadores de esta política en el mundo, ni los grandes empresarios más ricos hoy que hace10 años, es que este sistema es costoso ineficiente y fraudulento

Costoso, porque, al contrario de lo que la economía de libro de texto supone, los precios de la educación con ánimo de lucro no caen hasta su precio más bajo, a través de la competencia, sino que crecen hasta el límite fijado por los préstamos y subsidios gubernamentales. En los Estados Unidos, el costo anual promedio de la educación en una de esas universidades o institutos alcanza US$31,976. De los cuales US $ 24,957 termina siendo deuda que cae sobre los hombros de los estudiantes y de sus familias. ([1], 3)Aunque parezca extraño es el estado el que paga la diferencia entre el precio de la matrícula y lo que el estudiante o su familia puedan pagar. Ese subsidio tiene dos formas: becas y préstamos que los estudiantes deben pagar después de su graduación. En la medida en que la diferencia entre el precio y el pago del estudiante sea más grande, mayor el préstamo y más grande el endeudamiento futuro de cada uno. Como la mayoría de los estudiantes que deberán usar esta opción son pobres, el endeudamiento estará por encima de sus ingresos actuales y con alta probabilidad por encima de sus ingresos futuros. El problema se hace más grave si la mayoría de los estudiantes no logra graduarse –como en efecto ocurre– y si la pequeña minoría que lo hace sólo alcanza empleos de baja remuneración.

Ineficiente porque en Estados Unidos sólo el 9% de los estudiantes de las universidades con ánimo de lucro se gradúan, frente al 55% y 65% de las universidades privadas y públicas tradicionales. Es obvio que esta tasa de graduación no sólo no permite pagar los préstamos otorgados, sino que es un despilfarro enorme de recursos estatales y privados. Los únicos que ganan en este esquema son los empresarios privados, que se embolsillan los fondos estatales, mientras que los estudiantes se quedan con deudas eternas, y el gobierno y la sociedad pierden los recursos invertidos. Difícil encontrar un caso más dramático de paso de los recursos del estado a manos privadas con muy poco beneficio público. Difícil también encontrar un país mejor preparado para la captura de los recursos del estado lograda por políticos, contratistas, intermediarios y empresarios que Colombia. Con un mínimo de suspicacia y de imaginación es fácil entrever el carrusel de carruseles educativos que ya debe estar listo para apropiarse de los recursos públicos. Y es fraudulento porque las universidades con ánimo de lucro han presionado, convencido y llevado a estudiantes con ingresos familiares y personales muy bajos para incurrir en préstamos que ellos saben muy bien que no pueden pagar. Lo hacen porque el incremento del número de estudiantes es la única forma de hacer crecer sus ingresos. La situación es similar a lo ocurrido con las hipotecas de dudosa calidad concedidas en los Estados Unidos durante la burbuja inmobiliaria que condujo al desastre financiero global de 2008. La súbita preocupación de bancos y prestamistas por la falta de vivienda de los más pobres difícilmente ocultaba sus deseos especulativos. La repentina preocupación por la educación superior de los más pobres oculta un negocio gigantesco que puede terminar, como ha estado ocurriendo en los EU en la última década, en gigantesco fraude al estado y a las ilusiones y a los futuros de los jóvenes más pobres y de sus familias. Hoy, el gobierno de Obama está intentando regular la burbuja educativa privada a punto de estallar. ([[1]])

En Colombia, la salida de afán para la evidente amenaza de riesgo moral en la educación superior con ánimo de lucro ha sido la vigilancia para controlarla calidad. Pero es bien conocido que los sistemas basados en la vigilancia y en el control tienden a ser ineficientes. ¿Cuántos funcionarios se requerirían para vigilar el conjunto de las nuevas universidades e institutos creados por la reforma? ¿Cómo asegurar que la vigilancia se convierta en calidad? Incluso si el sistema de vigilancia resultara efectivo, los costos serían demasiado altos: universidades cerradas, programas terminados, estudiantes que han perdido su tiempo, su dinero y sus ilusiones. Y un estado que habría invertido muy mal sus recursos. El punto es que los incentivos disponibles no están orientados hacia la calidad, sino hacia las ganancias rápidas. El sistema, por tanto, no “cierra”: no hay métodos de vigilancia que produzcan calidad en un sistema cuyos incentivos reales van en otra dirección.


1. MUCHAS VERDADES A MEDIAS, UNA MENTIRA GIGANTESCA

Los documentos del Ministerio de Educación abundan en ejemplos internacionales que mostrarían las bondades sin fin del sistema. Acumulan verdades a medias, pedazos de verdad, hasta completar una mentira tan grande como el fraude de la educación con ánimo de lucro en los EU. Los números ayudan, como ayudan a todos los gobiernos: la matrícula de estudiantes en las universidades con ánimo de lucro creció en los EU en un 236% entre 1999 y 2009, mientras que en las tradicionales sólo creció en un 20%. El campus virtual de la más exitosa de ellas, la Universidad de Phoenix, tenía en 2009 176,000 estudiantes, y en todos sus campus tiene una población casi tan grande como la de UNAM, la segunda universidad de América Latina: 238,000 estudiantes. ¿Habrá un sueño mejor para un gobierno que quiere mostrar cifras y elevar sus niveles de aprobación? Pero esos números esconden otros números que ni el Ministerio ni sus asesores publican. Además de que sólo el 9% de los estudiantes matriculados se gradúan en las universidades con ánimo de lucro, el gigante de ese tipo de negocios, la Universidad de Phoenix recibió más de un billón de dólares en becas y préstamos sólo en el periodo 2009-2010. En promedio, el nuevo sector deriva el 66% de sus ingresos de fondos estatales, y 15% de esas instituciones derivan entre el 85 y el90% de sus ingresos de otra forma de ayuda estatal denominada Title IV ([1] 2).

En últimas es dinero estatal que termina, en una proporción no despreciable, en manos privadas, mientras que los estudiantes y sus familias se quedan con deudas impagables y con una educación de dudosa calidad.

Consideren el caso del Brasil. Sí, es cierto que hoy el 92% de las IES son pequeñas empresas, la mayoría con ánimo de lucro, que cubren la demanda por educación de los más pobres y peor preparados. Pero también es cierto que la educación que brindan es de muy baja calidad, centrada en docencia repetitiva y dirigida a la obtención de credenciales para acceder a empleos de baja remuneración. Y también es cierto que el gobierno del Brasil no ha dejado de invertir en la educación superior pública de alta calidad y que, además, está invirtiendo casi un 2% de su PIB en ciencia y tecnología. No por casualidad entre las mejores cinco universidades de América Latina cuatro son del Brasil y públicas. Más aún: el gobierno del Brasil inició en 2004 uno de los planes más ambiciosos para transformar el conjunto de su sistema educativo: la enseñanza basada en la ciencia para los más pobres. Con una inversión privada y gubernamental que ya pasa de los 50 millones de dólares han creado centros de enseñanzas en los lugares más pobres del Brasil, con currículos basados en la ciencia y en hacer ciencia. El plan es crear 354 centros de ese tipo en todo el país. Como lo dice Miguel Nicolelis, el neurocientífico artífice del programa: Lo bacano es que no estamos hablando de construir un edificio o una carretera, [sino] de cómo educar a los pelados de un país como el nuestro usando la ciencia como la fuerza motriz.([2], 75)Aquí está la diferencia más fuerte entre lo que pretende la propuesta del gobierno colombiano y lo que están haciendo los países que sus asesores citan como los modelos por imitar: Tanto en Brasil, como en los llamados “tigres asiáticos”, y en China, gobiernos y sociedades están comprometidos en transformar sus sistemas educativos para tener sociedades más iguales y más justas. A primera vista parece lo mismo que quiere el gobierno colombiano, pero no loes. La diferencia está en el tipo de apuesta en el que se comprometen gobiernos y sociedades. Mientras que lo propuesto en Colombia, y lo que han intentado en los Estados Unidos, es la típica apuesta especulativa, que termina enriqueciendo a unos pocos y hundiendo en la pobreza a la mayoría, las apuestas de los otros países mencionados son de otra especie. Por supuesto, actúan hoy para alcanzar un objetivo deseado en un futuro incierto, pero no son ni especulativos ni mezquinos en sus apuestas. Invertir más del 2% del PIB en ciencia y tecnología, o usar la ciencia para superar la ignorancia, la pobreza y la inferioridad, o crear 30 nuevas universidades de clase mundial (como lo hizo China), suponen una extrema confianza en la capacidad de sus ciudadanos y unas prioridades distintas a las que dominan en la propuesta del gobierno colombiano.

2.LA RENUNCIA DEL ESTADO

El facilismo extremo con el que el gobierno intenta renunciar a su responsabilidad de dirigir la educación y el futuro de los colombianos, descargándola sobre el sector privado, haciendo uso de los mecanismos menos eficientes y más fraudulentos, hace pensar en una renuncia deliberada a su responsabilidad de dirigirla política educativa. Una renuncia que parece compatible con la captura del estado por intereses privados, con su escaso margen de maniobra económica, y con las restricciones impuestas por la guerra, la deuda y el pasivo pensional. Quizás en la renuncia del gobierno a aprovechar la oportunidad de transformar todo el sistema educativo para avanzar hacia la innovación y la igualdad, hay una fractura más profunda del estado colombiano. Un estado prisionero de intereses privados, sin control sobre sus recursos, y restringido por políticas mezquinas y suicidas no puede dirigir los procesos de cambio que la educación y la sociedad colombianas requieren con urgencia. El problema planteado por la reforma es real: la cobertura actual de la educación superior reproduce y profundiza la desigualdad. Pero la solución elegida es la peor entre muchas disponibles. Hará más fuerte la desigualdad, transferirá recursos públicos a manos privadas, aumentará una corrupción ya de por sí desbordada, dejará endeudados a centenares de miles de jóvenes y a sus familias, y alejará aún más al país de la educación de calidad requerida para la innovación y el desarrollo. Una propuesta seria pasa por reformar el conjunto del sistema educativo, empezando por la primaria y la secundaria, aumentar la inversión en ciencia y tecnología y llevar la mejor educación posible a los más pobres y vulnerables –incluyendo la creación de nuevas universidades públicas. Para lograrlo se requeriría de una fuerte inversión estatal y de un cambio radical en las prioridades del gobierno y de la sociedad.


Por: Boris Salazar Abril 12, 2011

References

[1] Mamie Lynch, Jennifer Engle, and José L. Cruz. 2010. Subprime Opportu-nity: The Unful…lled Promise of For-Pro…t Colleges and Universities, The Education Trust November: 1-8.

[2] Christine Soares. 2008. Building a Future on Science,Scienti…c American 298: 72-77.5


[1] Es curioso que la referencia al texto de Lynch et al. esté en el documento del Ministerio de Educación Nacional. ¿No lo leyeron? ¿O no extrajeron ninguna consecuencia de su lectura? ¿O si las extrajeron y las ignoraron? ¿O como dijo la representante del Ministerio, “es mejor hacer un promedio entre las experiencias buenas y las malas”

LA LOCA DE LA CASA: LA EDUCACIÓN PÚBLICA Y LA REFORMA DEL GOBIERNO


Los gobiernos colombianos han tratado a la educación pública como a la loca de la casa: hay que mantenerla viva, escondida, vestirla de gala para ocasiones especiales y, si la oportunidad lo permite, salir de ella lo más pronto posible. Durante años la educación pública superior ha sido una carga aguantada con molestia por gobiernos que nunca han visto en ella rendimientos ni electorales ni económicos. La reforma, que con pompa, fanfarria y sitio virtual, ha lanzado el gobierno de Juan Manual Santos es un paso más en el camino que lleva hacia el abandono definitivo de la molesta loca de la casa.

La estrategia elegida ni es nueva ni es eficiente. Es incluso ilusa en su extrema confianza en que la codicia privada, desatada por los incentivos correctos, podría hacer por la educación lo que dos siglos de olvido gubernamental y social no han logrado.

Está hecha de una curiosa mezcla de mediocridad, arrogancia y obediencia. Pareciera suponer unos interlocutores perdidos en la ignorancia y aislados de este mundo, que serían sorprendidos por una argumentación basada en pedazos de verdades que sumadas terminan siendo una gigantesca mentira. Como lo ha dicho con razón el rector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman, los autores de esta política se parecen mucho a esos pacientes, que―por lesión en el hemisferio derecho del cerebro pierden la capacidad para captar lo que se sitúa al lado izquierdo de ellos. La mitad del horizonte deja de existir. Aunque lo vean, lo ignoran como si estuviera en otra dimensión del mundo real.

En un momento en el que los países del tercer mundo están eligiendo sus propios caminos hacia el conocimiento y el desarrollo, los documentos del gobierno traen a la memoria épocas neocoloniales más inocentes. Pretendiendo estar al día, presentan a los Estados Unidos como su modelo, pero olvidan que es el mejor caso en contra de la educación superior con ánimo de lucro, y el mejor a favor de una educación de alta calidad sin ánimo de lucro.

Ninguna de las universidades privadas de calidad de los Estados Unidos serían las instituciones de alto nivel que hoy son, si hubieran seguido los consejos de los asesores a la penúltima moda del Banco Mundial y sus imitadores locales. Al buscar ejemplos locales, optan por el modelo educativo del Brasil como el camino a seguir para nuestros países, pero olvidan que la estrategia de desarrollo del Brasil integró a 35 millones de personas a empleos formales, generando ingresos y permitiéndoles participar del mercado y sus ventajas. Y que las inversiones estatales en las universidades públicas de elite han crecido muy por encima del crecimiento del PIB. Y olvidan, por último, que la calidad de la educación con ánimo de lucro en Brasil es tan mala como lo puede ser en cualquier lugar del mundo.

Por supuesto, dejan por fuera la estrategia educativa de Singapur y los llamados ―tigres asiáticos. Sería el peor ejemplo del mundo para vender la estrategia facilista del gobierno. En esos países los estados tomaron en serio la idea de que sin una educación del más alto nivel sería imposible competir. Cambiaron no sólo la educación superior, sino todo el sistema educativo, con unas inversiones estatales altísimas. Los resultados están a la vista: basta reparar el lugar de Colombia y de Brasil en las pruebas internacionales, y los de Singapur, Hong Kong y otros países que optaron por jugársela toda alrededor de la educación.

La estrategia

¿En qué consiste la vieja ―nueva estrategia del gobierno? Consiste en atraer la inversión privada a la educación superior con el objetivo de elevar la cobertura a un 50% en 2014, con 650,000 cupos nuevos, disminuir el desempleo juvenil, bajar en cuatro o cinco puntos porcentuales la tasa de desempleo global, y promover la innovación con calidad.

El primer punto supone una inversión privada adicional en educación que ningún país del mundo, ni siquiera en la más desquiciada de las alucinaciones neoconservadoras, o neoliberales, ha visto jamás. En la versión colombiana podemos sospechar de dónde vendrá esa inversión, a qué intereses servirá, y qué efectos tendrá sobre el sistema de educación superior. Como se trata de multiplicar el número de centros, facultades, centros, institutos, y universidades de enseñanza, sin investigación, todos los caminos conducen a esos modelos insuperables de creatividad educativa que han sido, y son, Carlos Moreno de Caro, con su universidad recién inaugurada en Bogotá, o César Pérez García2, y su modelo antioqueño de educación superior para la política, o más cerca, aquí en Cali, el modelo de la Santiago de Cali, antes del movimiento estudiantil y profesoral que está, en este preciso instante, intentando poner orden en casa.

No todos los empresarios educativos corresponden a este tipo, por supuesto, Hay muchos empresarios reales y potenciales que aspiran a mejorar la oferta educativa, aportar nuevos programas educativos y realizar algunos excedentes en el proceso. Pero estos empresarios no cuentan, en su vasta mayoría, con el capital que les permitiría asumir los altos costos financieros de poner en marcha un centro de educación superior.

La otra fuente de financiación y de ideas empresariales vendrá, por supuesto, del exterior. No serán, como sueñan algunos, las mejores universidades del mundo, pero sí aquellas que han desarrollado ventajas en la educación masiva y a distancia, sin investigación, como podría ser, por ejemplo, la Universidad de Phoenix, en Arizona. Las franquicias y alianzas de negocios ya deben estar listas para hacer uso de las nuevas oportunidades abiertas. Es obvio que las ventajas de estas universidades no están en ni en la investigación ni en la innovación, sino en la educación superior masiva y con costos decrecientes. No abundaré aquí en las inmensas posibilidades que abren las nuevas instituciones en materia de préstamos, contratos, y fondos estatales pasando a manos privadas en proyectos de imposible vigilancia y auditoría. Además del paso de la legitimación de capitales poco santos en el mundo más blanco de la educación superior.

Ya Jorge Iván González y Edna Bonilla (2011) han alertado sobre el error conceptual –cometido por este gobierno y por el anterior— de suponer que los costos de la educación superior son decrecientes. Doblar el número de estudiantes no permite disminuir el costo por estudiante de la misma forma que decrece el costo de reproducir un video, un Cd, o una vacuna. Pero el error conceptual de los asesores económicos de estos gobiernos, va más allá de no comprender el carácter creciente de los costos educativos.

En realidad, esos asesores están pensando en otro tipo de educación superior. Tienen en mente una educación basada en la docencia, sin investigación, con alta carga de enseñanza a distancia, y una limitada fracción de profesores de tiempo completo que enseñan 6 cursos por semestre. Sólo así puede explicarse que haya instituciones de educación superior, con ánimo de lucro. Ganancias y educación superior sólo podrían ir de la mano si renunciaran a todas las funciones distintas a la docencia y a la administración de las ganancias.

En Colombia ni siquiera las universidades privadas de calidad más dudosa habrían podido sobrevivir sin la financiación pública proveniente de fundaciones, empresas privadas, ciudadanos y del mismo estado. La idea fundamental de que la educación es un bien público no es un principio abstracto, producto de las elucubraciones teóricas de economistas liberales. En general, la educación superior está condenada a ser pública –no importa por cuál vía o mediante cuál tipo de arreglo económico o administrativo. Sin embargo, el gobierno nacional ha apostado todas sus cartas y el futuro de la educación, la igualdad y el desarrollo colombianos a la más inocua de las alternativas: aumentar cupos mediante la inversión privada en educación de dudosa calidad.

El ejemplo del Brasil

Lo ha hecho mirando hacia el Sur, hacia el Brasil, cuya estrategia de expansión de la oferta en educación superior es citada en forma más que abundante en los documentos del gobierno. Vale la pena, entonces, averiguar hasta dónde el ejemplo del Brasil es tan bueno como el gobierno, con sus verdades a medias, intenta hacernos creer.

En efecto, la estrategia de crecimiento por la vía de la inversión privada y de la ampliación de las oportunidades de acceso ha tenido éxito: entre 1996 y 2007 la matrícula pasó de 1.868.529 a casi 5, 000,000 en 2007, los cupos pasaron de 610,355, en 1995, a 2, 429,737, en2005, y un 92% del total de 2,398 son instituciones pequeñas dedicadas en forma exclusiva a la enseñanza. (Dias Sobrinho y De Brito 2008)

Al mismo tiempo, el 34.4% de los alumnos de las universidades públicas pertenecen al 10% más rico de la población, mientras que este porcentaje crece a un 50% en las privadas. En el otro extremo, el 12% de los estudiantes de las públicas viene de los sectores más pobres, y sólo un 5% en las privadas. (Dias Sobrinho y De Brito, Op. cit.) ¿Qué indican estos datos? Que incluso suponiendo que la calidad fuera igual en todas las instituciones de educación superior, de no haber un cambio en el empleo y en la distribución del ingreso, sólo una muy pequeña proporción de los aspirantes de los sectores más pobres podría ir a la universidad y terminar sus estudios. Aún más: la población más rica, y mejor educada y formada, se queda con más de la tercera parte de los cupos de las universidades públicas, sugiriendo que sólo los que han tenido buena educación primaria y secundaria pueden acceder a la educación brindada por las mejores universidades públicas.

Pero la calidad, por supuesto, no es igual a lo largo de toda la oferta del sistema de educación superior brasilero. Por el contrario, es estratificada en extremo, con las universidades públicas y privadas de elite concentrando la mayor parte de los doctores, de los fondos de investigación y de la mejor docencia, mientras que las facultades, centros de enseñanza y los institutos privados, y con ánimo de lucro, imparten docencia profesional a los estudiantes de menores recursos y formación académica más débil. En un mundo globalizado y competitivo en extremo, la formación profesional, sin fundamentos científicos y sin acceso a la cultura, conduce a empleos mal remunerados y sin perspectiva de disminuir la desigualdad.

En últimas, la gran reforma educativa brasilera ni ha cambiado la desigualdad ni ha mejorado la calidad de la educación en su conjunto. Su efecto más visible es una profundización de la ya apreciable brecha que separa a los más ricos de los más pobres. Ha creado nuevas oportunidades de acceso a una educación que reproduce y amplía la desigualdad y cierra el camino hacia el desarrollo de las capacidades indispensables para competir y disfrutar en un mundo más complejo.

Pero esto sólo es una verdad a medias. Desde el primer gobierno de Luiz Ignacio da Silva, Brasil está apostando a una estrategia distinta de desarrollo. El estado brasilero está invirtiendo en alternativas educativas, de alto costo, basadas en dar la mejor educación científica a los más pobres, integrándolos en procesos investigativos reales del más alto nivel. Con una inversión de 25 millones de dólares, y con la dirección del científico Miguel Nicolelis, ya está en pleno proceso de desarrollo en la ciudad nordestina de Natal. El plan para el desarrollo de la Educación (PDE) prevé la creación de 354 institutos para dar a niños y jóvenes de menores recursos una educación basada en la ciencia. La versión colombiana de lo que ocurre en Brasil está hecha de muchas verdades a medias que se convierten en una mentira muy grande.

¿Cuál es la apuesta del gobierno?

Tal como ocurrió en Brasil, la decisión tomada en Colombia tiene que ver, por supuesto, con apuestas más profundas. Está relacionada con el modelo de desarrollo elegido por este gobierno y sus vínculos con la estrategia de su predecesor. El desarrollo especulativo basado en la minería y en los servicios, y la carga inercial de un costoso gasto militar, asociado a la lucha contra las Farc y el narcotráfico, ha conducido al país a una senda de desarrollo inferior, sin espacio ni para la innovación ni para igualdad. Santos habría podido elegir una ruta distinta. Habría podido apostar a un gran salto educativo, una inversión de largo plazo en capital humano, restringiendo el presupuesto de guerra, y liberando a la economía de las deformaciones creadas por un desarrollo basado en negocios inciertos y de alto costo ambiental –como lo es la minería. Eligió continuar por la vía inercial, con una novedad en materia educativa, que no por inocua deja de ser peligrosa en sus efectos.

¿Cuál es el peligro, entonces? La iniciativa educativa del gobierno podría propiciar una falla sistémica del conjunto de la educación colombiana. No se trata ni de la destrucción ni del ahogo financiero de la universidad pública –que no dejará de sobrevivir, entre otras porque el gobierno las requiere para mostrar que todavía hay educación superior de cierta calidad en el país. La amenaza es más profunda y afecta no sólo a la educación superior,sino a la primaria y secundaria. Dada la muy pobre calidad de la educación primaria y secundaria colombianas –pública y privada—, la expansión de la educación superior por la vía de la baja calidad y de la inversión privada conducirá a ampliar y reforzar aún más la brecha que separa a los más pobres de los más ricos.

Los que vienen de los peores colegios, públicos y privados, terminarán estudiando, con préstamos del gobierno, en instituciones de dudosa calidad, porque no podrán aspirar, ni por formación ni por ingresos, a las universidades privadas y públicas de calidad. Si, como lo plantea la reforma, la mayor parte de los nuevos cupos pertenecerán al mundo de las nuevas instituciones con ánimo de lucro, no es difícil entrever el destino de las muchachas y muchachos que les corresponda entrar a esas instituciones. Educados desde la primaria para la inferioridad y la exclusión, reafirmarán su lugar en la sociedad con una educación superior que ni cambiará su perspectiva intelectual ni los acercará a un ingreso mejor.

La interacción entre una educación básica de pésima calidad y una educación superior, que crecerá por la vía del menor esfuerzo al costo más bajo, generarán una retroalimentación positiva hacia situaciones con un mayor número de cupos, mayores diferencias entre la mejor educación y la peor, mayor proporción de estudiantes en las peores instituciones, y una concentración cada vez más fuerte de los mejor formados y más capaces en unas pocas universidades de elite, públicas y privadas, profundizando aun más la desigualdad social y económica.

Este círculo vicioso tiene un fundamento fatal en el total olvido con el que este gobierno, y los anteriores, han tratado el futuro de la educación primaria y secundaria. Doscientos o trescientos mil cupos nuevos en la educación superior no resolverán el problema fundamental de un sistema que mata las posibilidades de nuestros niños desde muy temprano. La magnitud del esfuerzo por realizar en la educación básica es tan grande que puede resultar intimidante. El problema, sin embargo, es que este gobierno ni siquiera ha intentado enfrentar la situación y plantear a sus ciudadanos cuál sería el esfuerzo a realizar si estuviéramos de acuerdo en dar un salto educativo, a todos los niveles, transformando el conjunto del sistema educativo.

Hay, por supuesto, alternativas distintas a esta privatización torpe que propone el gobierno. Todas pasan por la búsqueda de transformaciones globales en el sistema de educación colombiano. Todas suponen altísimas inversiones de parte del estado, incluyendo la creación de nuevas universidades públicas, y la transformación de la enseñanza, de los modelos pedagógicos y de las exigencias para los profesores de educación básica.

Todas, también, requerirían de un cambio en el modelo de desarrollo, y la adopción de una estrategia que apostara al salto educativo, y a la inversión en capital humano, en la perspectiva de una sociedad más igualitaria. Y requieren, también, de transformaciones profundas en las universidades públicas. La primera de ellas el paso obligado del silencio a la reflexión y a la acción sobre su propio destino. No olvidemos que la arrogancia y la mediocridad de esta reforma están a la altura de la resignación y mediocridad intelectual que nos ha dominado por varias décadas.


Por: Boris Salazar

Universidad del Valle